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San Antonio, un santo casamentero

Tirar tres veces del manto de un santo no parece la fórmula más adecuada para encontrar un novio. Tampoco arrestar contra la pared una imagen con el deseo de que le ofrezca una pareja estable, de esas de catálogo. Pero tampoco parece posible que subirse en la escultura fúnebre de un príncipe bastardo español sea un seguro de amor eterno y ello no impide que en pleno siglo XXI centenares de jóvenes nórdicas recalen en El Escorial para besar la tumba de Juan de Austria convencidas de que les hará llegar su propio príncipe como marca la tradición. Para las jóvenes canarias que ansíen una pareja no es necesario coger un avión y plantarse en Barajas. Si se trata de creencia, basta con buscar la ermita, parroquia o iglesia más cercana en la que se encuentre una imagen de San Antonio de Padua, conocido como el santo casamentero y cuya onomástica se celebra hoy. Según explica el profesor titular de Historia de la Universidad de La Laguna (ULL), Manuel Hernández, a San Antonio se le relaciona con la fertilidad por su propia onomástica, "en la antesala del verano". Poco más han encontrado los estudiosos acerca de la vinculación del santo portugués con la búsqueda de una pareja, pero lo cierto es que en los albores del siglo XVI San Antonio de Padua se convirtió en el eje de las peticiones de los solteros y, sobre todo, las solteras canarias. Durante las fiestas en honor al santo, tan populares entonces como son ahora los festejos de San Juan, la solicitud de pareja acompañaba a todos los actos organizados. Según comenta el profesor titular de Historia, en Telde las mujeres marchaban con una cruz alzada y en todos los recintos cristianos que albergan la imagen se adornaba la entrada con arcos de cintas rojas de las que colgaban frutas y bollos, como símbolo de la fertilidad. Sin embargo, el ritual más repetido "por los mozos y las mozas en busca de pareja" era más concreto: "tras orar ante el santo, los jóvenes salían y entraban de la ermita hasta tres veces y luego depositaban en el trono de San Antonio un papel con su petición junto a una limosna", señala Manuel Hernández. También por aquel entonces era común que el responsable de la parroquia encontrara numerosos alfileres clavados en la pobre imagen, señal de que las solteras de la zona ansiaban hallar un marido ¿Por qué alfileres y por qué clavarlos? La respuesta, comenta el profesor titular de Historia, se explica en que "en aquella época, la supervivencia era el matrimonio y tras casarse las jóvenes prácticamente sólo se dedicaban a los bordados, sus labores" y entiende que "los alfileres son el símbolo del deseo del bordado y a la vez se castiga al santo hasta que se obtenga lo solicitado". Precisamente, es esa creencia de que para obtener un beneficio de un santo hay que mortificarlo de la que parten la mayoría de los rituales o actos con los que los jóvenes solicitan una pareja: tirar de su manto, clavarle alfileres (creencia que aún perdura) o virar una imagen de San Antonio hacia la pared son algunas de las cosas que habría que hacer hoy para encontrar una pareja. Manuel Hernández asegura que "aunque la definición de San Antonio de Padua como casamentero la heredamos de la cristiandad portuguesa, lo cierto es que se ha extendido por todo el Mediterráneo" y añade que "además se le relaciona como el santo de los desvalidos". Aunque ya ha perdido el auge histórico, la onomástica de hoy aún conserva algo de su tradición en Canarias en municipios como, entre otros, Güímar, Icod de Los Vinos, Puerto de la Cruz o Granadilla, localidad de la que San Antonio de Padua es patrón. "En algunas ermitas se sigue adornando su entrada en honor al santo y en otras localidad incluso se celebran hogueras como las de San Juan", puntualiza Manuel Hernández. Al menos en la actualidad es impensable que ocurriera como antaño y los teólogos más conservadores prohiban este tipo de manifestación religiosa popular, que no es más que una muestra de fe.

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